Eustasia y Manu, los dueños de la sidrería, desean casar a su ingenua hija, Inosensia, con un marido que le convenga; Txomin, el criado, tiene sueños de grandeza: don Leoncio, el cura apasionado de todos los deportes, escucha los problemas de todos y reparte buenos consejos. Ana Mari ama en secreto a José Miguel, su primo, un pelotari joven e impulsivo. Y el tío Santi, padre y madre a la vez, canta su amor por Sasibil, su caserío, y desea que sus sobrinos, cuyos padres emigraron a América, lo valoren y lo hereden. Santi es, además de tío, alcalde, y expresa sus problemas domésticos con cierto sentido teatral ante una vecindad que observa y comenta cada nuevo giro argumental en el frontón, un espacio que a menudo hace en los pueblos las veces de ágora. Ese Arrigorri soñado surge mágicamente entre la niebla durante apenas unos días cada mucho tiempo y sus entrañables habitantes, como los personajes del teatro, sólo despiertan, aman, ríen y lloran, durante un breve instante cada muchos años.
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